CERRO PELADO
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Cerro pelado
“Cerro Pelado, solo para chicos” es un libro de Paula Miranda, seudónimo de María Elcira Berrutti. Estaba en casa desde hace tiempo. El libro había estado, históricamente, en la biblioteca familiar de Santiago Guidotti, mi esposo, que creció en Rivera. Hace dos años leí “Cerro Pelado” y quedé prendada por su ternura y la singular manera de representar, a través de la mirada de su protagonista, Daniel, el mundo de la infancia y su convivencia armoniosa con el paisaje, los animales, el agua, el sol y una familia de personajes que llegan desde otras obras e imaginarios para visitar el relato (Chico Carlo o Sací Pereré, por ejemplo). Gracias a la generosidad de personas como Claudia de la Barrera pude obtener más información sobre la autora de este libro raro, en muchos casos desconocido. Ahora Tercer Paisaje me da la oportunidad de establecer las coordenadas para revisitar la obra y homenajear el universo físico que aparece retratado en sus páginas y a su autora, en una serie de entrevistas a sus allegados y a sus lectores, pasados, presentes y acaso futuros (escolares que, como Daniel, viven sus días en Cerro Pelado o en los alrededores, conocen cada muesca, cada señal de ese lugar, y han tomado contacto con el libro, o lo descubrirán en breve). ¿Y esto para qué? Es decir, ¿cómo hacer que este rescate o esta memoria sobrevivan en una nueva dimensión de uso y acceso público? Mi intención es que surcar esos espacios (físicos, simbólicos, afectivos) que toman cuerpo en “Cerro Pelado” y guardar de esta revisita un registro (escrito, audiovisual) que pueda originar, mañana, una plataforma de acceso libre, disponible para todos quienes quieren explorar esta obra. La idea es que estas entrevistas y la investigación puedan, en un futuro próximo, estar disponibles públicamente en tanto contenido que amplía la información del libro.
BITÁCORA
Los antecedentes
Durante siete años me encargué de la investigación y la redacción del tema anual del Almanaque del Banco de Seguros del Estado, una publicación que tiene más de cien años. La edición que estábamos preparando –junto a Pablo Uribe– trataba sobre las fronteras. Yo no sabía cuánto tiempo iba a poder dedicarme a la edición de ese Almanaque, porque mi hijo Antonio estaba a punto de nacer.
Buscando información sobre la zona fronteriza de Rivera y Livramento, encontré en el inventario de la Biblioteca Nacional un libro llamado Cerro Pelado, de Paula Miranda (seudónimo de María Ercila Berrutti, 1923-2010, profesora de Literatura y escritora de Rivera, publicó esta obra en 1973). Pero cuando lo pedí me encontré con que el libro no existía. Alguien se lo había robado o se había perdido entre el mar de libros que ahí viven.
Esa noche recuerdo que le comenté a mi esposo, Santiago, que estaba apenada porque no había logrado dar con ese libro. Me interrumpió diciéndome que nosotros teníamos el libro. Me avergüenza admitir que no conozco todos los libros que tengo. En este caso, Cerro Pelado era un libro que pertenecía a la familia de Santiago, que vive desde hace muchos años en Rivera. Santiago lo había prestado hacía un par de años y el libro estaba en el limbo de los las cosas prestadas. Al día siguiente, iniciamos la misión de recuperarlo. La amiga que lo había llevado prestado recordaba que el libro estaba en su casa de la playa, pero ella vivía en Montevideo y estaba a un tris de irse de viaje a Amsterdam. Debimos esperar hasta que dio con alguien que recibió la llave de su casa en el balneario. Esa persona buscó por toda la casa y no encontró nada. Entonces, esta amiga nuestra recordó que hacía un año un investigador brasileño había vivido unos días en su hogar. Y que por la materia de estudio, había probabilidades de que se hubiera visto interesado en el libro. Pues le rogamos a ella que le escribiera para consultarlo con urgencia. Eso hizo. La respuesta del brasileño fue que sí. Que no sólo le había interesado mucho, sino que había querido llevárselo de vuelta a su casa en Río de Janeiro sin pedir permiso.
Así que nos encontramos con que nuestro Cerro Pelado estaba, en ese momento en Río de Janeiro. Que el ocasional ladrón de libros vivía en México. Que nuestra amiga estaba a punto de emprender un viaje a Holanda. Que yo quería conocerlo para ver cómo dialogaba ese libro con la edición dedicada a la frontera. Pero que no tenía todo el tiempo del mundo (la edición tenía una fecha de cierre, yo tenía una fecha probable de parto, y esa estaba muy cerca). Como soy vasca, y dicen que los vascos somos obstinados, hice lo que sabía hacer: acosé al brasileño hasta que logré que le pidiera a su familia de Río de Janeiro que pusiera el libro en un sobre, que el sobre tuviera nuestras señas en Montevideo, y que lo llevaran hasta un correo privado cuanto antes.
Todo se cumplió como lo indiqué (salvo lo del correo privado). Debimos esperar tres largas semanas para que el sobre que se despachó en Río de Janeiro llegara a Montevideo. Pero llegó. El libro estaba un poco averiado, el lomo despegado, había sufrido los embates del tiempo y de la gente que lo había adoptado en esos años, pero estaba bien y con nosotros. En la tapa está en azul Efraín, el árbol del lugar (un árbol que es el corazón del pueblo hasta el día de hoy). Detrás, el sol como una bola de fuego. Una portada hermosa, diseñada por el artista riverense Osmar Santos. Dentro del libro, además, una colección de fotos que ilustran (y abren caminos nuevos al texto), también obra de Santos.
La lectura
Ahí lo leí. Recién entonces lo hice. Y quedé prendada. Maravillada con la originalidad de la prosa de María Ercila Berrutti. Con el encanto de esta historia de un niño (Daniel) y su entorno (Cerro Pelado).
“Él era él y todo Cerro Pelado le parecía que estaba un poco en todo eso y que su dedo de la uña rota tenía que ver con cada cosa del pueblo”, dice la autora. Y la frase condensa una gran verdad. Su mirada, posada en Cerro Pelado, es capaz de dar vida y alma a cada parte: Efraín, el árbol que piensa y habla y dice cosas fundamentales para el niño y para la comunidad, el juego y el universo rabiosamente infantil, los tesoros, los juegos de palabras (“las palabras que se dicen juntas no se separan más”, dice), y la naturaleza que se anima, que piensa, habla y opina, el viento, el sol guardado en una latita, un tucu-tucu, hormigas, churrinches, golondrinas, las mojarritas en la zanja, la lluvia (“con intención de muerte”). Pero también la reflexión, el pensamiento, la filosofía (“el tiempo, la muerte, el miedo, no son de verdad”, dice). Todo atravesado por varias canciones y poemas dedicados a Cerro Pelado, y la presencia de personajes y seres de otros libros y otros imaginarios (la intertextualidad emerge con Saltoncito, Chico Carlo y el Principito, el folclore brasileño llega con Sacy Pereré).
El nombre completo del libro (Cerro Pelado, sólo para chicos) viene con un guiño: ¿qué ocurre si uno se encandila con este libro siendo adulto? ¿Somos niños –o aniñados– cuando nos sentimos conmovidos por libros que están presuntamente dirigidos a lectores infantiles? Y al revés: ¿acaso un niño no puede comprender y emocionarse con la lectura de un libro que supuestamente sólo leerían y entenderían los grandes? Yo creo en los cruces y las desobediencias en ese sentido. Siendo niña conocí libros que alumbraron un camino nuevo. Libros de estantes altos en la biblioteca de casa. Libros de autores rusos y eminentes (las itálicas pretenden ser irónicas). Hay que perder ese respeto distante y asomarse a los clásicos siendo niños, inmiscuirse, pensar en esos autores como amigos. Lo que no se entienda, igual en algún nivel se fija y se comprende. Y también creo que un buen libro es un buen libro, sea para niños, para adolescentes o para adultos. A veces la segmentación tan puntillosa (“libros para lectores de 9 a 11 años”) se entromete con algo que debiera ser más libre, creo.
Me encantó Cerro Pelado hace dos años. En el momento, conversé con Claudia de la Barrera, profesora de Literatura en Rivera, quien con generosidad compartió conmigo un ensayo que había escrito sobre el trabajo de la autora y me iluminó sobre varios aspectos de la obra. También leí otro trabajo de Magdalena Helguera (publicado en A salto de sapo) dedicado a María Ercila.
Usé para aquel almanaque un extracto del libro, que hablaba de la geografía de Uruguay y que se posaba en la zona fronteriza del noreste del país. Nació mi segundo hijo. Se publicó el almanaque. Pasó el tiempo.
Dos años más tarde
Y entonces cuando Tamara Cubas me invitó a participar de esta experiencia en Campo Abierto, haciendo una residencia artística en Rivera, durante unos días del mes de setiembre de 2016, pensando en algún asunto que me interesara desarrollar y que tuviera un rebote en la comunidad, volví a Cerro Pelado. Mi idea era armar una especie de cartografía asociada al libro y a su autora, María Ercila Berrutti, visitar a sus allegados y familiares, conocer Cerro Pelado, conocer el universo imaginario de la autora hacer una especie de genealogía simbólica asociada al libro y a su autora.
El proyecto
Y eso fue lo que hice. Entre el 9 y el 14 de setiembre estuve en Rivera. En esos días pude visitar a Osmar Santos, que está en este momento en plena actividad con un trabajo que traza una retrospectivo en su obra tan fecunda. Además de haber acompañado en la aventura Cerro Pelado a María Ercila, Osmar era muy amigo suyo. Con una generosidad absoluta, él me presentó además a Soledad López, una poeta de Rivera, amiga querida de la autora. Conocí también a Azucena Berrutti, sobrina de María Ercila. Conversamos sobre ella y sobre sus escritos (ese libro y el anterior, Momentos, de 1949) los cuatro una larga tarde de sábado. En esos días conocí personalmente (ya habíamos hablado varias veces por teléfono) también a Carlos Berrutti, hermano menor de María Ercila y conversé con Claudia de la Barrera. El aporte de Claudia ha sido muy importante y muy revelador en el recorrido de este proyecto.
Apareció durante los diálogos (de distintas maneras, pero de modo siempre muy presente) una mirada unánime sobre los valores del libro, sobre la necesidad de darlo a conocer y terminar esta temporada de injusto olvido que lo ha bañado (es importante recordar que el libro se publicó el mismo año en que comenzó la dictadura en Uruguay; en aquellos años María Ercila Berrutti fue destituida de su cargo como docente, y el libro fue sepultado por una desmemoria que tiene un eco hasta estos días).
En los días que siguieron pude conversar varias veces con Osmar y asomarme al mundo (literario, afectivo) de María Ercila. Visité brevemente a Susana Moreira, Inspectora Departamental de Primaria en Rivera. Conversé con ella (que había sido alumna de María Ercila en el liceo Dra. Celia Pomoli de Rivera y que la recordaba con gran cariño y admiración) y sondeamos las posibilidades de que la obra pueda eventualmente retomarse como lectura entre estudiantes de Primaria. Su buena disposición acompañó la amabilidad que todos quienes conocieron a María Ercila me dispensaron.
El último día fue dedicado a Cerro Pelado. Partimos a las 8 de la mañana desde el Centro Universitario de Rivera, conducidos por Juan. Me acompañaba Alejandro, quien estaba a cargo de hacer un registro audiovisual del día. Pasamos a buscar a Osmar por su casa (hacía unos ocho años desde la última vez que Osmar había estado en Cerro Pelado) y partimos rumbo al lugar, a 73 kilómetros de la capital del departamento, sobre la ruta 27. Una hora y media más tarde habíamos llegado. Había sol y el viento nos acompañaba. Nos estaban esperando Flabia Antúnez, maestra y directora de la escuela n.º 14 de Cerro Pelado, Élida Diniz, directora del Liceo, Samuel Mezquita y Julio Correa (docentes del Liceo, responsables de un proyecto de comunicación muy interesante llamado “Historias al aire”), los escolares y liceales.
Se había organizado una mesa redonda en la radio comunitaria El Chasque (en un programa que conduce Julio Correa) sobre Cerro Pelado y sobre María Ercila Berrutti. Después de pasear por el hermoso parque que rodea la escuela nos fuimos a la radio y estuvimos en un precioso programa que recordó la figura de María Ercila (gracias a las memorias que compartió Clara María Berrutti, maestra que vive cerca de Cerro Pelado y que es sobrina de la autora) y su obra, con pasajes que leyeron y comentaron los escolares y los liceales, con las palabras del profesor Mezquita y con las de Osmar Santos, con las reflexiones de Don Lavalleja Pintos, el señor que siempre vivió en Cerro Pelado y que plantó con sus propias manos a Efraín.
Fue un momento inolvidable. El texto respiraba en la voz de los niños y los adolescentes. Estaba vivo. Afuera, cerca de nosotros, como un faro, Efraín.
Más tarde, con el libro en la mano, como una brújula, un grupo de estudiantes guiados por Samuel Mezquita, Clara María, Osmar y yo, fuimos visitando cada uno de los lugares que habían recorrido María Ercila y Osmar poco antes de publicar el libro. Contaba Osmar que en aquel momento María Ercila había sabido exactamente cuáles eran las imágenes que quería que acompañaran el libro. Pero no sólo sabía cuáles eran: también sabía cómo y desde qué ángulo quería que se vieran. Repetimos esas fotos. Osmar sacó otra vez los retratos del árbol, la casa, un camino entre acacias, el fragmento de la carqueja. Pero además nos asomamos a otros lugares que en la ficción se evocaban, como los panteoncitos de colores.
Volvimos agotados y felices. Yo me sentí muy agradecida con todos por ese día y por el sentimiento (de comunidad, de promesa, de esperanza, de reunión) que pude compartir con todos quienes nos acompañaron. Además sentí que el proyecto Cerro Pelado forma parte de una constelación y dialoga con el interés y la sensibilidad de otras personas. La historia de cómo Samuel Mezquita dio con el libro (el azar que lo llevó a él y la sensación de gran hallazgo ante su lectura) me hicieron pensar en que todos somos parecidos, después de todo.
Las preguntas
Esta historia no termina. Estoy mirando las fotos y comenzando a desgrabar las entrevistas. He soñado, de noche, con este libro. Como me dijo Osmar: “el viaje empieza donde termina”. Así que recién empieza y las preguntas están todas abiertas. ¿Cómo organizar el universo frondoso de grabaciones, fotos, registros de esos días? ¿Cómo lograr que entre las ondas expansivas del proyecto el libro pueda reeditarse? Espero empezar a responder estas preguntas pronto. Sé que el trabajo sigue y que tengo grandes compañeros en este viaje.
INES BORTAGARAY
(Salto, Uruguay) publicó “Ahora tendré que matarte” y “Prontos, listos, ya”. Crónicas y relatos suyos integran los volúmenes “Exposiciones múltiples”, “22 mujeres”, “Pequeñas resistencias 3”, “Antología de cuento político latinoamericano: Región”, “Esto no es una antología”, y “El futuro no es nuestro” (compilación electrónica; y edición panameña y estadounidense), además de publicaciones como “Zoetrope: All Story”, “Número Cero”, “El Perro”, “Traviesa” y “Suelta”. Es co-guionista de los largometrajes “Una novia errante” y “Mi amiga del parque” (Ana Katz, 2006 y 2015) y “La vida útil” (Federico Veiroj, 2010), y colaboró en la escritura de “Mujer conejo” (Verónica Chen, 2011) y “Alivio de luto” (Guillermo Casanova, 2016, a partir de la novela de Mario Delgado). Por el guion de “Mi amiga del parque” recibió, en 2016, el premio especial del jurado en el festival de Sundance, Estados Unidos.