Los cuerpos han sido ficcionalizados de múltiples maneras para favorecer los propósitos de lo que se ha llamado progreso: han sido convertidos en cuerpos-máquina, simplificados a números y administrados para prever sus futuros comportamientos y neutralizar sus rebeldías, asalvajados y animalizados para justificar su domesticación, racializados para legitimar prácticas explotadoras y extractivistas, temidos y torturados a partir de su conversión en auténticos yacimientos de fantasías mágicas colonizadoras. Pero las fabulaciones de los cuerpos constituyen también una de sus grandes potencias y una de las vías para contrarrestar estas tendencias. No somos solo un cuerpo, somos legión: somos un cuerpo antiguo (Lispector) configurado por tantos otros que vivieron antes, somos cuerpos inclinados hacia los otros tejiendo redes desde nuestras vulnerabilidades, nos prolongamos en otros en el amor, somos cuerpos atravesados por imaginarios, encarnamos cuerpos que viajan fantasmales a través del tiempo y del espacio, cada cuerpo es multitud. Figuras, imaginaciones, sueños y prácticas mágicas son fuerzas contrahegemónicas capaces de contrarrestar al menos en parte la utilización reaccionaria de las fantasías capitalistas. No existe cuerpo sin imagen, ni revolución sin imaginación.